Si la sociedad pusiera el foco en quien ejerce violencia, hoy no seríamos tantas víctimas.
“Yo no soy machista pero… si mi novia me dice que se ha sentido molesta cuando he contado una intimidad sexual nuestra delante de los demás, me enfado, la llamo exagerada y le digo que hablar de sexo es normal y que debería ser más libre”
“Yo no soy machista pero… si mi novia sube una foto en bikini abrazando a un amigo, me enfado, le exijo que la borre y le digo que no sabía que era de esas”
“Yo no soy machista pero… si le estoy contando una mala experiencia a mi novia y no me atiende como necesito, me enfado y se lo reprocho levantando la voz o le contesto con monosílabos durante varios días”
Si eres mujer y estás leyendo esto, estoy segura de que sabrás de lo que hablo. Prácticamente todas hemos vivido situaciones similares en algún momento de nuestras vidas. Si en cambio eres hombre y no te identificas con ello, te invito a que sigas leyendo el artículo hasta el final. Si eres hombre y sí te has sentido identificado, te invito el doble.
Las situaciones que he descrito son situaciones (lamentablemente) muy comunes que vivimos las mujeres. De un tiempo a esta parte se ha puesto mucho énfasis en enseñarnos a detectarlas e interpretarlas como señales de que quien se comporta de esta manera no es un buen candidato para ser nuestra pareja: “banderas rojas” las llaman. Contra toda lógica, se nos previene a nosotras para que no terminemos siendo víctimas de violencia de género, en lugar de entrenaros a vosotros en detectar este tipo de actitudes y buscar ayuda terapéutica a tiempo. Como sabemos, (culturalmente) la responsabilidad siempre recae sobre nosotras; pero confío en que si estás aquí es que algo de lo que te estoy contando llama tu atención o incluso te preocupa ser portador de una de estas banderas rojas y estás decidido a dejar de serlo.
Te invito a fijarte en los ejemplos anteriores ¿Qué dirías que explica que algunos hombres reaccionen de esta forma? La respuesta más obvia es que son hombres machistas (o como decimos las feministas: “hijos sanos del patriarcado”), pero veamos en términos descriptivos qué significa “ser machista”.
Ser machista no es más que haber interiorizado una serie de creencias que sostienen que las mujeres somos inferiores a los hombres por naturaleza y/o que mujeres y hombres elegimos “libremente” comportamientos que sostienen la desigualdad entre ambos sexos. Bajo este tipo de creencias se justifica la violencia machista, es decir, la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres por el hecho de serlo. Interiorizar una creencia significa creer en algo a tal punto que no nos cuestionamos su grado de veracidad, por consiguiente cuando vivimos una determinada situación la percibimos en base a estas premisas y, de forma más o menos automática, actuamos en consecuencia. Por ejemplo:
Si hemos quedado con un amigo y llega tarde 30 minutos lo esperable es que nos molestemos, pero si en algún momento de nuestra vida aprendimos que la gente que llega 30 minutos tarde nos está faltando al respeto y no lo debemos consentir, lo más probable es que nos enfademos, le digamos a nuestro amigo de malas formas que es un impresentable y le exijamos una disculpa.
De la misma manera, cuando nuestro colega del primer ejemplo, recibe la crítica asertiva de su pareja, la interpreta en base a las siguientes premisas (o a otras similares): “las mujeres tienden a exagerar”, “los hombres son más expertos en sexo que las mujeres”, “ser una mujer libre significa estar siempre sexualmente disponible” y “para un hombre, reconocer un error es un signo de debilidad”. Sé lo que estás pensando: “¿Cómo va a pensar eso en pleno siglo XXI?”. Lo que ocurre no es que lo esté pensando en ese momento de forma explícita, sino que estas creencias culturalmente arraigadas, que tenemos o hemos tenido todos y todas, se activan y aparecen en su mente con un formato un tanto diferente, como pensamientos del tipo: “ya está con el drama otra vez”, “ella no entiende que hablar de sexo es normal”, “necesita liberarse y no lo ve” y “no puedo permitir que me diga lo que tengo que hacer”. Este tipo de pensamientos son los responsables de que se active el enfado en una situación determinada y esta emoción tan potente va a influir en la forma en la que nuestro amigo se comporta.
Ya sabemos qué tipo de pensamientos activan el enfado, pero una vez nos dejamos arrastrar por él ¿qué hace que el comportamiento violento se mantenga en el tiempo?
Siguiendo con el ejemplo anterior, cuando el protagonista se comporta de forma violenta, automáticamente después va a sentir un pequeño alivio del enfado, así como una sensación de poder y control si la “amenaza a su masculinidad” queda neutralizada. Toda esta serie de consecuencias a corto plazo, que tiene la violencia, son las que van a aumentar la probabilidad de que cuando en el futuro nuestro amigo viva una situación parecida se comporte de la misma manera, por una sencilla razón: le funciona. A la larga esta relación se romperá (en el mejor de los casos), pero al tratarse de consecuencias a medio/largo plazo no tienen el mismo efecto sobre el comportamiento.
Ninguno de los protagonistas de nuestros ejemplos eligió aprender a pensar ni sentirse así, también ellos crecieron en un sistema que se lo enseñó, pero sí eligen cada una de las veces comportarse de forma violenta con sus parejas y perpetuar así relaciones de poder entre hombres y mujeres, que con el tiempo pueden derivar en formas más severas de violencia machista.
Afortunadamente la psicología les ofrece técnicas para ayudarles a prevenirlo y yo, querido lector, te invito encarecidamente a que si crees que tú también las necesitas te pongas en contacto conmigo.