Esperar tener un deseo sexual sano en un contexto sexualmente violento, sería como pretender ser feliz en un país en guerra.
En mi experiencia como sexóloga (y también como mujer) he conocido a muchas mujeres que dicen tener “bajo deseo sexual”, “deseo sexual hipoactivo” o “ausencia de interés/excitación sexual” y demás nomenclaturas. En la mayoría de ocasiones cuando exploramos nuestra historia sexual (los acontecimientos relacionados con la sexualidad que han ocurrido a lo largo de nuestra vida) vemos como de manera sistemática el contexto ha ignorado, descuidado e incluso maltratado nuestro placer sexual.
Desde que somos niñas crecemos con el mensaje de que nuestros genitales son algo sucio y disfrutar de nuestra sexualidad es moralmente reprobable; cuando crecemos, en cambio, escuchamos que tenemos que ser mujeres libres y empoderadas, pero, claro, libres de estar sexualmente disponibles para los hombres. El patriarcado cambia de forma, pero mantiene siempre su objetivo: controlar nuestra libertad y someternos a la voluntad del patriarca y si lo hacemos “por elección” mucho mejor. Estos dos mensajes tan dicotómicos y contradictorios nos llevan a 2 lugares: a esconder y desconocer nuestra sexualidad y a quedarnos en sitios dónde no queremos estar, por complacer a nuestra pareja sexual.
Si bien es cierto que hay veces que sentimos presión interna para llevarnos a lugares donde no queremos estar (por cómo se nos ha socializado a nivel sexual), no siempre esa presión viene de “dentro”. Hablo de la violencia sexual que sufrimos las mujeres, la cual no solamente se reduce a la violación que tenemos todas y todos en nuestro imaginario colectivo (un desconocido que ataca a una mujer en un portal), sino también a las violaciones en pareja (o en cita), que pasan desapercibidas porque no se denuncian, dada la relación de intimidad que existe con el agresor; a que dentro de una relación deseada nuestra pareja sexual masculina tenga la iniciativa de empezar una práctica que no se ha consensuado previamente o a que ésta dé por hecho que a las mujeres nos gusta ser tironeadas del pelo, asfixiadas, azotadas, porque es con lo que ha aprendido a excitarse a través de la pornografía. También me refiero a la presión psicológica que ejercen muchos hombres después de una negativa con frases como “ya no te gusto/ya no me quieres”, “eso es que hay otra persona” o “¿cómo sabes que no quieres si no hemos empezado?”, etc. De hecho, es justo esta presión masculina la que nos hace buscar terapia sexual muchas veces: “vengo para resolver ese problema sexual que dice mi pareja que tengo”. Estamos midiendo nuestra sexualidad a través del deseo individual de nuestra pareja.
Esta tendencia cultural a omitir nuestra sexualidad la encontramos también en la investigación científica, pues durante mucho tiempo la respuesta sexual humana “normal” fue la masculina, con lo que se nos diagnosticaba disfunciones sexuales a las mujeres que no encajábamos en ese modelo androcéntrico de sexualidad y se obviaba el estudio específico de nuestra anatomía. Prueba de ello es el desconocimiento hasta hace relativamente poco del clítoris como órgano del placer sexual femenino o el sobrediagnóstico de trastornos del deseo sexual en mujeres con un deseo sexual predominantemente “en respuesta” a la iniciativa previa de sus parejas sexuales. Este último fenómeno tiene lugar cuando se mide el deseo sexual normal como aquel que se da de forma aparentemente “espontánea” y que es más característico de los hombres (muy probablemente por cuestiones de aprendizaje).
Este caldo de cultivo nos condena a las mujeres a tener experiencias sexuales, cuanto menos insatisfactorias. El cerebro tiene un sofisticado sistema de recompensa que nos permite disfrutar de las relaciones sexuales para asegurar la supervivencia de la especie, por ende la motivación hacia la búsqueda de placer sexual (o deseo sexual) va a depender en gran medida de lo bien que me lo haya pasado en mis experiencias previas y de las expectativas que estas me generen. Si estas experiencias han sido aburridas para mí y en el peor de los casos incluso traumáticas, lo esperable es que hoy no me apetezca repetir.
Si te sientes identificada con lo que cuento, no dudes en ponerte en contacto conmigo, muy probablemente solo tengamos que modificar tu contexto y cuestionar algunas mentiras que nos han contado para mejorar la calidad de tus relaciones sexuales y con ello tu motivación sexual.